Quemaduras

Este portentoso y condensado relato de las memorias de la entrada en la adolescencia de Dolores Prato aúna, tal y como nos señala Elena Frontaloni en el posfacio, dos voces: «el yo del pasado que vive y el yo del presente que narra y ya ha vivido». 

Prato nos narra su estancia en un internado de monjas, un mundo cerrado y dedicado a la introspección y a la religión. Afuera, queda todo lo demás: el mundo, la alegría de vivir, los otros, la vida. No obstante, las monjas le advierten que enfrentarse al exterior tiene sus consecuencias para quien se aventura a explorar, las llamadas Quemaduras, que dan título a la obra.

«Con frecuencia se mencionaban ciertas «quemaduras» […] que el «mundo» solía causar a quien intimaba más de la cuenta con él. […] No sé por qué, pero cuando se hablaba de las quemaduras, las miradas y las voces solían dirigirse más a mí, como si una inteligente e iluminada previsión avisara que yo estaba más expuesta que las otras a esos percances.» 

A través de esta útil metáfora, Prato nos conduce por su experimentación con el mundo fuera del internado y con unas quemaduras físicas y a la vez metafóricas, tras un día de playa. Quien vive, se quema. Su retorno al internado es inevitable pues no tiene donde ir por temas económicos y además se siente en deuda. El ambiente castrante y opresor católico sobre la figura de la joven Prato domina toda la obra. El silencio habla más que las palabras. Un acto de rebeldía de la joven cerca del final pone de manifiesto su desligazón de ese hilo que la une al internado como el pájaro de reclamo con cadenita que cita como ejemplo en varias ocasiones a lo largo de la obra. Además, su tío en América del Sur le escribe una carta en la que la incita a que venda el anillo que le dio y viaje hasta él para casarse con un joven. Esto supone el quiebre de la rutina en la vida y la toma de una decisión que marcará su vida: irse y casarse o continuar en el internado.

Quemaduras fue enviado en 1965 al premio Stradanova resultando ganador y es considerado como el texto que inicia su etapa madura. No es de extrañar que este relato poético de Prato se proclamará vencedor. En él se nos narra el paso a la adolescencia con notas biográficas, pero quien mira desde la distancia y es capaz de analizar en profundidad, quizás con nostalgia, este suceso. Prato tenía en mente llevar a cabo cinco obras autobiográficas de las que sólo dejo bosquejo de dos. La muerte le llego antes de poder terminar las obras.

En definitiva, se trata de un relato brillante que a pesar de su escasa extensión guarda toda una experiencia vital en su interior. Como suele suceder, en ocasiones, lo autobiográfico supera a la mejor de las ficciones y éste es un claro ejemplo.

Sobre la autora

Dolores Prato

Dolores Prato (Roma 1892-Anzio 1983) creció en Treia, en la región italiana de las Marcas. Aquí residió hasta 1912, instruida primero por sus tíos, a quienes su madre la había confiado, y luego por las monjas salesianas. En 1918 obtuvo en Roma el título de magisterio; opuesta al fascismo, hasta 1927 enseñó letras en la escuela pública y posteriormente dio clases particulares. Una vez acabada la Segunda Guerra Mundial, colabora con diferentes publicaciones, como Paese Sera, y publica dos libros, Sangiocondo (1963) y Quemaduras (1967), ambos autoeditados. En 1980, la editorial Einaudi publica una versión parcial (que ella consideraba amputada) de la novela Giù la piazza non c’è nessuno; la edición íntegra no apareció hasta 1997. Minúscula


Una respuesta a “Quemaduras de Dolores Prato”

  1. […] este relato en su colección Micra. En esta colección, también encontraremos la obra genial de Quemaduras deDolores […]

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